Pérdidas
Es normal perder. Tan normal, como respirar.

Siempre se pierden cosas, se pierde gente o nos perdemos y extraviamos.
En cada viaje o mudanza se pierde algo. Seamos o no conscientes de ello, que ocurra es el acto más generoso que podemos permitirnos y lo mejor que nos puede pasar.

No se tiene que pensar ni en valores comerciales y menos estimativos. Si comprendemos la utilidad intrínseca de los objetos, entonces la objetividad nos obliga a entender para qué sirven y cuándo es el momento de desecharlos.

Sirve mucho el pensar en que tener afecto a lo material, nos convierte en animales que acumulan para un invierno en el que jamás nevará... como casualmente ocurre. Las sensaciones son diferentes ante un hurto y de inmediato el conflicto aparece por la arbitraria y poco justa pérdida que, de igual manera, merece ser considerada con la virtud de la objetividad.

Los lasos. ¿Le dan sentido a la existencia? ¿Merecen ciertas penas o inversiones? Sin duda dan sentido y también, son las aristas de los nodos que conforman una red que nos vincula con otras redes, pensamientos, ideas y emociones. Desecharlas en más que válido, es saludable y hasta necesario. Objetivamente, claro. Si se le da valor al pasado, éste vendrá y se quedará tanto tiempo como quiera y convertirá en ruin e indiferente cualquier presente y al futuro, le heredará más incertidumbre y tedio, y en éste y todos los sentidos, bien vale la pena evaluar qué lasos son sólidos y congruentes y cuáles son débiles, efímeros, ausentes, necesarios y desechables.

Sé, por experiencia, que lo mejor es reiniciar nuevamente después de cualquier pérdida material, geográfica, espiritual o afectiva en los términos y con la naturalidad que el flujo caótico del tiempo y el orden natural de las cosas y eventos, lo requiera; siempre habrán nuevos, conocidos y usados pensamientos y pretender que la filosofía, el espíritu, la fe y la entereza lleguen intactos a cualquier distancia, después de transitar con la buena, mala y torpe intención de los demás en el tiempo o los lugares, es banal; tratar al cómo, cuándo y dónde como si fuera la primera vez que nos encontráramos de frente con algo realmente útil de lo que no quisiéramos separarnos nunca, debería cubrirnos de emoción y deseo porque eso representa algo que merece la pena descubrir, conservar o desechar cuando nos siga representando utilidad o ya no se le encuentre beneficio puro. Lo desconocido siempre tendrá sentido cuando se observe, se explore y se entienda que, está ahí por el principio mismo de las rutas que se tienen que recorrer.

La supuesta utilidad de las cosas y el beneficio de las relaciones son las que nos entrampan; las proyecciones a futuro son su resultado. El efímero instante en el que idealizamos, estamos construyendo un sistema dinámico con las trampas de un pasado que jamás moldeamos pero sí que asumimos por herencia y adoptamos por la convicción de alguna tendencia que nos permitiera incluirnos en algo que cómicamente terminaremos abandonando, es tan devastador y dañino como fingir y al usar ésa mascara, se escapa el minúsculo detalle. Se nos enseña y aprendemos mal. A percibirnos mal. A rendir pleitesía a lo estéril y atesorar inútiles objetos, vacuas amistades, innecesarias y gastadas familiaridades y deseos de lo más pasajero y superficial posible. Se nos enseña y aprendemos peor, a financiar nuestros propósitos con erróneas perspectivas y cimientos endebles en las ideas que la apariencia ejerce por el mero hecho de que se nos dice y "demuestra" que se tiene que juzgar, ya no por la experiencia, empatía y el instinto que nos ayudan a entender a los demás, sino porque nos enseñaron en el sentido idóneo del beneficio personal a costa del tiempo de alguien; juzgar e ignorar el querer ajeno, el libre pensamiento, la autodeterminación, la noble y legítima compasión y al espíritu más sensible. Trascender o pasar de ése aleccionamiento unilateral a un pensamiento objetivo debería representar una meta ideológica y digna.

En un mundo en donde han nacido tanto modelos de lenguaje, técnicas de entrenamiento profundo y una red que todo lo conecta, la comunicación, se pierde en un mundo de bellísimos propósitos que nunca se transforman en una sólida, congruente y creativa realidad. La comunicación, nebulosa, engañosa, estéril, deforme y muerta, seguirá representándome un propósito ideológico y menospreciar los detalles que la obstruyen, resultaría en no entender realmente cuál es el flujo normal y menos, la intención natural de los actos que mueve a las personas a hacer todo aquello que les inspira decir lo que no piensan y pensar lo que no hablan ¿?. Sí, todo habita en los detalles. En el efecto minúsculo de su acción; en la forma de espiral que tienen; en los patrones delatores que inciden en el complejo comportamiento y en su ritmo sincopado que refleja cualitativamente el universo de intenciones de cada ser vivo socialmente establecido, de cada temporada, únicas y diferentes; de aquéllas fuerzas desconocidas que estimulan el espíritu de quienes lo dudamos absolutamente todo. El universo se expande y da el detalle del caos que caracteriza la existencia de las cosas como las percibimos, comprendemos y entendemos. si dentro de esa expansión no observáramos los pequeñísimos detalles, jamás hubiésemos entendido que el caos, es el signo del tiempo y el tiempo en sí, representa una constante pérdida.

Foto: Oscar Nilsson
Pérdidas
William Calavera 1 abril, 2023
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