Nada como el blues: amargo, seco y triste.
Amargo.
Sí, tiene que saber amarguísimo, doler de manera desesperante, desértica. Merece la sequedad en la boca y la tristeza que rodea siempre a cualquier amante por cualquier efímero motivo.
Debe tener la amargura de las infusiones que no curan nada y se beben para todo. Calientes o frías.
Tiene que calentar cualquier temperamento a la misma temperatura en la que la razón, el tedio o el cariño hasta el punto en el que se funden y evaporan las palabras que le sobran a cualquier estúpido Don Juan.
Tiene que ser tan fría como todas las mentiras que se reúnen y juntan por el mismo motivo por el que existe la verdad ...
Y, dentro de las verdades que duelen e incomodan, nada mejor que el ruido que, lleno de cacofónicos y trémulos ataques de silencio y futilidad, resiste a la importancia de cualquier grito.
Resistir cualquier colmo, cualquier amor mal o bien puestos, cualesquier intermitente estado; el bombeo que cardiácamente nos impulsa a cometer ajenas y conocidas estupideces. Más tragos.
Los tragos que, con gusto, bebemos por la amargura que ocasionan. Por la resaca que nos dejan y, por la tristeza que no curan.
Foto: Adam Wilson